El motor a reacción, a pesar de ser revolucionario y eficiente en los aviones, no tuvo éxito en el mundo del automóvil. Este episodio explora la mecánica del motor a reacción, su historia y las razones por las que esta innovación tecnológica no se ha adaptado bien a los vehículos terrestres.
El motor a reacción, o motor a reacción, ganó popularidad después de la Segunda Guerra Mundial, particularmente en aviones, debido a su potencia y eficiencia. Sin embargo, su aplicación en vehículos terrestres como los automóviles ha planteado varios desafíos. Inicialmente, el concepto de motor a reacción se remonta al primer siglo de la era cristiana, con la invención del eólipo por parte de Héroe de Alejandría. En el siglo XX, el ingeniero noruego Ægidius Elling construyó la primera turbina en funcionamiento y, más tarde, Frank Whittle y Hans von Ohain desarrollaron de forma independiente la mecánica del motor a reacción tal como lo conocemos hoy.
A pesar del potencial, la aplicación del motor a reacción en los automóviles se ha topado con varios obstáculos. Rover, por ejemplo, experimentó con el “Jet One” en 1950, pero encontró problemas como la alta consumo de combustible y poco par a bajas velocidades.
En Estados Unidos, Chrysler probó la “Turbina”, pero también enfrentó desafíos similares, como una aceleración lenta y un funcionamiento ruidoso. Estas características hicieron que los motores a reacción no fueran prácticos para el uso diario en vehículos terrestres.
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Los principales problemas que enfrenta el motor a reacción en los vehículos incluyen
Los motores a reacción son conocidos por su alto consumo de combustible, lo que los hace económicamente inviables para la mayoría de los consumidores. Estos motores no proporcionan la potencia necesaria a bajas velocidades, lo que es crucial para la conducción urbana y el tráfico intenso.
La construcción de un motor a reacción requiere materiales y tecnologías sofisticadas, lo que aumenta significativamente el coste de producción. El nivel de ruido generado por un motor a reacción es significativamente mayor que el de los motores convencionales, lo que sería una molestia en un entorno urbano.
Si bien el motor a reacción ha demostrado ser una revolución para la aviación, cambiando completamente la industria, su uso en los automóviles se limita a experimentos y prototipos. Las características que hacen que los motores a reacción sean ideales para los aviones, como la alta velocidad de funcionamiento y la eficiencia a grandes altitudes, son contraproducentes en el ámbito del automóvil. Así, a pesar de los intentos innovadores, el motor a reacción no resultó práctico ni viable para su uso en automóviles, y siguió siendo un capítulo interesante pero limitado en historia del transporte terrestre.
Éxito del motor de combustión interna en los automóviles frente al motor a reacción
El motor de combustión interna, a diferencia del motor a reacción, se ha adaptado perfectamente al contexto del automóvil por varias razones fundamentales. En primer lugar, los motores de combustión interna, como los de gasolina o diésel, consumen menos combustible que los motores a reacción, especialmente en condiciones de conducción variadas y a bajas velocidades típicas del tráfico urbano.
Ofrecen un mejor par a bajas velocidades, fundamental para la aceleración y maniobras en entornos urbanos y de carretera. Otra ventaja importante del motor de combustión interna es su viabilidad económica.
Los costos de producción son relativamente más bajos, lo que los hace asequibles para una amplia gama de consumidores. Además, estos motores son compactos y lo suficientemente flexible como para adaptarse en diferentes tamaños y tipos de vehículos, desde pequeños turismos hasta grandes camiones.